El libro ‘Convence y vencerás’ desvela cómo elaborar un discurso cautivador.

Antonio Fabregat estaba en 4º de ESO cuando su profesor de Religión le animó a apuntarse a un concurso de debate organizado por la Comunidad de Madrid. El tema era la piratería. «Perdimos estrepitosamente en cuartos de final», relata a EXPANSIÓN. Hoy Antonio, a sus 21 años, cursa cuarto de Derecho y Administración de Empresas en Icade, dirige la consultora de comunicación Train & Talk e imparte clases de oratoria en diferentes centros. En 2015 y 2016 ganó el Campeonato Mundial Universitario de Debate en Español. Acaba de publicar -con la ayuda de Guillermo Díaz, Francisco Valiente, Jorge Whyte y Cristina Guerrero- Convence y vencerás, un manual en el que el joven experto desgrana las claves para dominar la retórica y cautivar al público.

 

Pablo Igelsias. Fortalezas: «Es muy inteligente. Siempre tiene un objetivo en la cabeza a la hora de hablar y tiene clara su estrategia». Debilidades: «Su registro es excesivamente agresivo. Cuando intenta salir de él y parecer moderado, transmite artificialidad».

Fabregat cree que el discurso perfecto debe contar al menos con los siguientes cinco ingredientes. El primero es saber a qué audiencia se dirige uno, y adaptarse a la misma para que el mensaje se transmita de la manera más eficaz posible. El segundo es estructurar el texto de una manera clara y sencilla, con un principio, un nudo y un desenlace. El tercero es, contando con ese esquema, cuidar especialmente el arranque y el colofón final, para potenciar el impacto de lo transmitido. El cuarto es introducir lo máximo posible historias, metáforas e imágenes -«es lo que los anglosajones llaman el storytelling, contar algo concreto con lo que el público pueda sentirse identificado», sostiene el autor-. Y el quinto es adoptar un registro apropiado que ayude, por ejemplo, a visibilizar las cifras. Fabregat pone un ejemplo: «Si un locutor de radio dice que un incendio ha quemado 250 hectáreas de bosque, el oyente no se hace cargo de lo que eso supone. Sin embargo, si dice que se ha quemado una superficie equivalente a 300 campos de fútbol, se comunica mucho mejor el alcance de lo sucedido».

 

Pedro Sánchez. Fortalezas: «No necesita tener el discurso escrito, sabe improvisar». Debilidades: «Su lenguaje no verbal puede traicionarle. Por ejemplo, esboza sonrisas nerviosas cuando se siente inseguro».

Convence y vencerás desliza pequeños trucos para reforzar el poder persuasivo del orador. Por ejemplo, recomienda «pensar en business y hablar en turista». «Como orador, quieres que tus ideas se comprendan, no que el público quede maravillado por tu vasto y rico lenguaje», apunta Fabregat, que cita como ejemplo negativo el famoso tuit de Íñigo Errejón: «La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación-apertura». Fabregat apunta que «probablemente, en su cabeza eso sonara bien, pero probablemente también sólo él comprendiera el mensaje que quería transmitir».

Albert Rivera. Fortalezas: «Resulta muy natural al expresarse. Sus discursos están muy trabajados y es capaz de hablar largo rato sin necesidad de leer». Debilidades: «En ocasiones se pone nervioso y hace tics, como por ejemplo equilibrar el peso de una pierna a otra o tocarse el reloj».

El autor también subraya la necesidad de que el mensaje sea sencillo: «En general, el público valora su tiempo. Valóralo tú también. Cualquier circunloquio innecesario sobre la misma idea, o cualquier repetición superflua, pone en alerta a tu audiencia y genera en ellos la peor de las sensaciones: estar perdiendo el tiempo. Por ello es importante evitar construcciones largas y redundantes. Que sea largo no es sinónimo de que sea de calidad».

El libro ofrece consejos sobre el estado físico y mental óptimo para enfrentarse a una tribuna. Por ejemplo, conviene haber comido y bebido antes (no en exceso), ya que el cuerpo se encuentra más relajado y con las necesidades básicas cubiertas. También se debe gestionar de modo adecuado la respiración para controlar los nervios y no quedarse sin aire en las frases demasiado largas.

Fuente: Expansión